Según las estadísticas recogidas en el último informe PISA, un 50,5% de las personas adolescentes de 15 años, que viven en zonas en riesgo de exclusión social de las ciudades españolas, ha repetido curso al menos una vez. No se puede tomar este dato como una cifra aislada. La propia dinámica de la exclusión social es una de las incógnitas sociales más complejas que existen.
Los modelos sociales asistenciales, mirados desde un determinado punto de vista, ayudan a paliar a corto plazo las necesidades más básicas pero, a su vez, retiran todo el control sobre su vida a la persona beneficiaria. Las familias cuyo sustento depende de ayudas sociales, prestaciones por desempleo o trabajos precarios, están sometidas a un nivel de estrés mayor que aquellas que obtienen sus ingresos de manera estable, sin poder evitarse, es trasladado a los modelos de crianza, a las lecciones de vida implícitas que son trasmitidas y tienen reflejo en el afrontamiento de la vida educativa de los hijos e hijas. Los modelos educativos predominantes en estos hogares son más inestables, con menos presencia de recompensas y castigos, con menor interés en la vida escolar y mayor presencia de respuestas de indefensión.
Miremos más de cerca, desde un punto de vista social, la degradación ambiental, el consumo de drogas, la delincuencia, se concentra en núcleos urbanos determinados. Hace unos días, en una intervención en la radio, robaba una reflexión de una de las lecturas más interesantes que he tenido en este año que planteaba que, el recorrido hasta el colegio de un niño que vive en un barrio que no es considerado como en riesgo de exclusión y uno que sí es muy diferente.
Richard L. Curwin, en su libro “Motivar a estudiantes difíciles” plantea que en las ciudades, los estudiantes pueden ver, en el mejor de los casos, a hombres y mujeres con atuendo profesional, una hermosa arquitectura, pequeñas tiendas de especialidades y diligentes trabajadores. En el peor, pueden ver a hombres y mujeres en la calle sin hogar, verán basura en la calle, edificios y almacenes deteriorados, personas con la que nunca establecen un contacto visual.

¿Qué ocurre cuando juegas al Pokemon Go dentro de los barrios al norte de las vías del tren de Badajoz?
Las reacciones físicas y emocionales, de estos niños y niñas, y su visión del mundo están muy influidas por su contexto, por lo que les rodea, y esto afecta a su disposición a aprender, su aprecio por la autoridad, su confianza a las personas extrañas y su disposición a tener esperanza en el futuro. Suelen confiar menos en el esfuerzo personal y más en la suerte.
Las connotaciones sociales que acompañan al hecho de repetir curso no favorecen tampoco a estos jóvenes. El error, el fracaso, los suspensos y la imagen que se forman de ellos mismos debido a sus resultados provocan un abandono más probable del entorno escolar.El 43% de los jóvenes más pobres abandonan los estudios básicos según Save The Children. El entorno escolar no entiende la urgencia del momento que vive una persona cuyas necesidades, y las de su contexto más cercano, no están cubiertas desde una posición de seguridad.
Después de esto se llega a la desvinculación escolar, que es el proceso por el cual, el niño o la niña se va alejando de la escuela emocional, cognitiva y conductualmente hasta abandonarla. Adiós al colegio, adiós al Graduado en ESO, bienvenida a la mágica dinámica de la exclusión social. El sistema educativo no está preparado para acabar con las desigualdades sociales, por el contrario, estás se ven perpetuadas y acentuadas gracias a él.
“Mucha gente pequeña en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas pueden cambiar el mundo” (Eduardo Galeano)
Creemos que hacer visible este conjunto de hechos fomenta la promoción de la empatía y el compromiso de justicia social, la responsabilidad de cada persona para contribuir a la igualdad de oportunidades desde la posición que ocupe. Y tú, ¿quieres unirte?