Hay palabras incómodas de escuchar. Palabras que, al oírlas, nos hacen fruncir el ceño y cuestionarnos hacia dentro. Aporofobia fue la palabra del año 2017 pero pobre sigue siendo una palabra de las descritas antes. ¿Qué significa «pobre»? Tiremos de Real Academia. «Que no tiene lo necesario para vivir».
Sabemos que existen niños y niñas pobres. Familias pobres, o como las llaman las estadísticas con todos sus miembros en desempleo. Barrios pobres. Incluso, países enteros. Durante los 90 fue muy común encender la televisión y asistir a la concienciación proyectada de que había niños negros que estaban rodeados de moscas y que morían de hambre. Aquello marcó una generación. El descubrimiento que les hacía responsables de mitigar enfermedades y hambrunas por menos de lo que cuesta un café al día. Con lo usual que es ese gesto a media mañana, con lo rutinario y lo necesario que se vuelve ese descanso a mitad de la jornada. Cambiabas de canal para volver a ver otro anuncio similar.
Siento decirte que en tu ciudad hay niños que viven rodeados de ratas y que están gordos porque es más barato un paquete de cinco bollos «Dulcesol» que un kilo de manzanas. Esta imagen incomoda de una manera diferente a las del anuncio de los 90. Y aquí es cuando aparece la Psicología y su manía de explicarlo todo.
La «Creencia en el Mundo Justo» es una teoría estudiada en Psicología Social. Explica la tendencia del pensamiento humano a creer que la vida nos tratará bien porque somos personas buenas, por inercia, y que si a alguien le ocurre algo malo, es responsable de ello. Cumple una función imprescindible en la manera en la que las personas tendemos a explicarnos el mundo, la vida, los sucesos, las tragedias. Nos salva del estrés que supondría tener que enfrentar cada una de las cosas perjudiciales que nos podrían pasar. Un efecto derivado de la Creencia en el Mundo Justo es la culpabilización a la víctima. Ha sido inevitable tener que escribir sobre esto después de leer esta noticia en El País ayer. La proyección de un vídeo que promueve todo menos la compasión, la empatía, la solidaridad y el amor al prójimo.
«La gente pobre, la gente mediocre, habitualmente toma decisiones basándose en el miedo».
La gente pobre, la que según la RAE no tiene lo necesario para vivir, suele tener miedo a menudo. La sensación de no cubrir tus necesidades, y la de las personas a tu cargo, no solo da miedo, sino que da vergüenza. La mezcla de miedo y vergüenza suele provocar un bloqueo mental. La imposibilidad de saber cómo puedes resolver tus problemas te obliga a intentar ser capaz de saltarte una de las dos emociones. Da miedo porque temes por la integridad física de los que quieres, porque hay situaciones en las que tener que comprar unas gafas o unos zapatos nuevos se vuelven imposible de afrontar.
«Los ricos se responsabilizan del resultado de sus vidas».
«Funcionará porque yo haré que funcione».
Nos encantaría que esto fuera así, de verdad, sería todo mucho más fácil. El lugar de nacimiento afecta al rendimiento académico, a nuestro futuro y hasta cuando nos lo saltamos y conseguimos subir de escalón social, seguimos arrastrando el «efecto del hijo del obrero». No he encontrado reseñas en Google sobre este efecto, así que comenzaré por teorizarlo yo.
Lo voy a llamar el «efecto de la hija del obrero». Me saqué bachillerato cuidando a mi hermano pequeño por las tardes porque mi madre trabajaba de limpiadora por 3 euros a la hora. Nunca fui una estudiante brillante, ni pretendía serlo y me dio la nota para estudiar lo que quería, en lo único que sacaba sobresaliente, Psicología, y para irme de mi ciudad, que estaba deseando. Tuve beca, pero hasta enero no recibíamos el dinero y mi padre se comprometió a doblar su jornada laboral para hacer una obra descomunal, una casa, y poder recibir ingresos extra. El mundo lo hicieron los albañiles, que diría Galeano.
Me enfrenté al primer año de Universidad con un trabajo de cartera e irresponsabilidad. Perdí la beca. Ahí fue cuando aprendí que las hijas de los pobres no podemos suspender. No podemos tropezar. No se nos permite ese aprender de los errores que está tan de moda saliendo enteras de la caída. Dos trabajos el resto del tiempo allí, mucho esfuerzo, alguna irresponsabilidad más. Mucha Casa de las Conchas y mucha calle Varillas. Mucho hablar y mucho aprender. Terminé. Me licencié.
«Cómo se enfrenta a los problemas una persona rica y una persona pobre, la diferencia».
Haber sido pobre es ser pobre toda tu vida. Podemos recordar con gracia y nostalgia como las abuelas que crecieron en la postguerra nos repetían que había que apagar la luz o aprovechaban un pollo para sacar cuatro comidas. Pero es que ser pobre te deja una muesca en el cerebro. Te hace adquirir aprendizajes que cuesta abandonar, que viven contigo. Te hace creerte ser menos capaz de resolver problemas porque la vida te ha puesto delante de problemas que eran muy difíciles de resolver. Aunque, a veces, puedas. El miedo, la vergüenza y la culpa aparecen y nunca son sustituidos por el orgullo, la tranquilidad y el pedir ayuda que sabes que recibirás de la persona rica.
Es más probable delinquir si eres pobre, claro. La desesperación lleva a encontrar soluciones que en razonamientos lógicos tendrían más inconvenientes que ventajas. Pero hay situaciones en los que los costes se desdibujan y solo importa el aquí y ahora.
Es más probable comportarte con agresividad si eres pobre, claro. Las situaciones extremas, en la mayoría de las ocasiones, llevan a dinámicas familiares violentas que sirven como aprendizaje de buena resolución de conflictos.
Es más probable beber, fumar, comer mal, no hacer ejercicio, tener cardiopatías, hipertensión, obesidad… Y es más probable no aprobar, pero sobre eso escribí hace dos años.