¿Por qué tenemos que dejar de usar la palabra «solidaridad»?

El lenguaje determina el pensamiento, lo dicen Sapir y Whorf tras dedicar décadas a comprobar cómo determinadas palabras conducen la conducta. El lenguaje determina nuestra percepción de la realidad. Por esta razón creo que deberíamos desterrar de nuestro lenguaje la palabra «solidaridad» y sustituirla por «justicia social».

La definición de solidaridad contempla «adhesión o apoyo incondicional a causas o intereses ajenos, especialmente en aquellas situaciones comprometidas o difíciles». La palabra solidaridad implica una relación jerárquica de ayuda. Alguien que puede, alguien que sabe, alguien que tiene ayuda a otra persona que no puede, no sabe o no tiene. La solidaridad sitúa a quien ayuda por encima de quien es ayudado. El principal peligro que esto tiene es contribuir al desarrollo de la Indefensión Aprendida en la persona que recibe la ayuda.

¿Qué es la Indefensión Aprendida?

La Indefensión Aprendida es un estado psicológico que sufre una persona cuando piensa que no puede hacer nada por controlar su ambiente, su persona o sus problemas. Es decir, cree que sus respuestas no influyen en el resultado que va a obtener. Para que exista el aprendizaje, antes de la aparición de este estado, han tenido que ocurrir situaciones que no dependían directamente de sus respuestas. El principal problema es que se puede cronificar y ante la aparición de una situación que sí depende del propio control, el sujeto se cree que no y ni siquiera lo intenta. La persona no busca entre su repertorio de conductas aquella que con más probabilidad le lleve a un buen resultado porque no cree que pueda realizarla.

Robert Seligman inició una investigación en la que conceptualizó la Indefensión Aprendida. Sometió a grupos de perros a descargas eléctricas de las que no podían escapar y después comprobó que estos sucesos provocaban grandes limitaciones en la capacidad de aprendizaje en comparación con el grupo control, perros que podían escapar de las descargas accionando una palanca. Así asumió que al someter a un organismo a una situación que no podía modificar se creaban en él tres tipos de déficits. El primero, motivacional, basado en la creencia de que sus actos no modificarán las consecuencias, el segundo, cognitivo, provocando dificultades en aprendizajes posteriores de respuestas-consecuencias en situaciones que sí podían modificar mediante sus conductas, y el último, emocional, en el que esa incontrolabilidad da lugar a sentimientos de tristeza, ansiedad y miedo.

Estudios posteriores parecidos a los de Seligman, pero con humanos, aportaron que los sujetos en estas condiciones de Indefensión tendían a atribuir los éxitos a factores externos como la suerte y los fracasos a factores internos como su propia capacidad. Esto terminaba por afectar a su autoestima y creaba una manera de global de ver futuras situaciones estresantes o simplemente cualquier desafío cotidiano.

Solidaridad e Indefensión Aprendida.

La solidaridad está derivada de un modelo social que cree inevitable la relación de ayuda. Alguien tiene un problema y otra persona se lo soluciona, un ofrecer directo que termina por generalizarse. La persona que pide ayuda va a creer que no sabe resolver sus problemas y va a acudir con más probabilidad a buscar la solución fuera. La solidaridad crea modelos de ayuda dependientes que no abogan por el desarrollo.

Además de esto, se es solidario cuando se puede serlo. Considerarse en la posibilidad, con los conocimientos y los materiales necesarios para llevarlo a cabo. Las personas pueden no practicar la solidaridad por no sentirse con el dinero, el tiempo o los espacios requeridos para ello. Sin embargo, nadie se plantea que haga falta dinero, tiempo y espacios para ser justos.

Los actos solidarios y los justos pueden ser los mismos. Puedes preguntarle al hombre que está mendigando en la puerta del supermercado qué necesita y al salir, proporcionárselo. Lo importante es lo que te dices sobre ello, ¿estás ayudando al que no tiene? ¿estás contribuyendo al derecho universal al alimento? La primera te sitúa por encima de él, la segunda te convierte en alguien que equilibra la balanza, la primera es un problema ajeno, la segunda lo hace propio.

La justicia social.

En primer lugar, te propongo que hagamos un ejercicio mental. ¿Recuerdas qué nos decían cuando éramos pequeñas y preguntábamos de dónde venían los bebés? Exacto, los traía la cigüeña. Ahora imagina a una cigüeña con bebés en su pico arrullados con una sábana blanca repartiéndolos alrededor del mundo. La ventana por la que entra la cigüeña va a determinar la persona adulta en la que se va a convertir el bebé influyendo más que la personalidad de este. Importa más dónde caes que cómo seas. Pero el romanticismo social nos ha hecho creer que no y ha situado al individuo como el centro de control de su vida, esta es una premisa falsa desde el estudio del comportamiento humano.

Uno de los errores principales de las entidades del tercer sector ha sido aludir a la solidaridad para conseguir ayuda y apoyo, utilizar mensajes asistencialistas que llevan a creer que si hay responsabilidad individual en la solución también la habrá en la creación del problema.  Convertirnos en una ciudadanía crítica es el primer paso para ser una ciudadanía justa. Por eso me encanta esta campaña del Consejo de la Juventud de España.

A. es una chica de 18 años que hace algunas ediciones pasó por Motiva. La suerte de estar en el barrio me hace encontrármela mucho por la calle y animarla, todas las veces que la veo, a inscribirse en la Escuela de Personas Adultas. Pues lo hemos conseguido. Una mañana, en el camino al trabajo, la vi con la mochila y un cigarro camino a clase. Fue imposible hacer más aspavientos para que me viera desde la otra acera. Le grité: «¡Me has alegrado el día!». Ayer me llegó el mensaje de Whatsapp del terror, llega casi siempre cuando empiezan a estudiar. Necesitan comer, vestirse, ir al dentista, trabajar, quieren hacer un currículum.

Estamos muy lejos, como sociedad, de crear medidas reparadoras y alejarnos de medidas paliativas. Estamos muy lejos de ser justas socialmente. Porque A., y muchas A. del mundo, dejarán de estudiar para, con los años, terminar limpiando una casa de alguien que cayó por otro tipo de ventana cuando la cigüeña repartió. En esa casa, es muy probable, que reciba un sueldo regular, «porque es un trabajo que puede hacer cualquiera», es muy probable que reciba ropa que la dueña de la casa ya no usa. Es muy probable que no sepa qué firma cuando compra una casa o no entienda qué le dicen cuando va a una consulta médica. Es muy probable que si le piden hacer un trámite informático sienta que le hablan en otro idioma.

No siempre podemos ser solidarios, podemos no tener tiempo, dinero o espacios. Podemos cansarnos de serlo porque toda relación de ayuda debería estar seguida de un agradecimiento que en ocasiones no existe. Pero todas las personas podemos poner en práctica la justicia social desde el lugar que ocupemos, podemos tomar un problema ajeno como propio. Desde la humildad del desconocimiento de lo que esconden todas las ventanas del mundo.

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