Héroes adolescentes.

Cristian tiene 18 años cumplidos en marzo del año pasado. Uno de muchos adolescentes. Quiere sacarse el carnet de conducir, tener dinero para sus cosas, salir a pasear con su novia. Por muchas razones él es un héroe, pero no lo sabe. Se lo intento decir cada día que trabajo con él porque es importante ser consciente de las cosas que hacemos bien y más de las que hacemos genial. Es importante creernos las heroicidades que hacemos, porque son nuestra gasolina.

La historia de Cristian en el colegio empezó con problemas en la lectura que un profesor paciente, el señor Alejandro Mejías, se empeñó en que superara. Me contaba el maestro que cuando era pequeño y las letras se agolpaban en la cartilla, él le decía:

– ¿Qué pone aquí, Cristian?

– Fumo.

– ¿Qué letra es la primera?

– La z.

– Entonces, ¿qué pone en esta palabra?

Fumo… ¡ZUMO!

Se reía Alejandro contándome la historia. A mí me resultaba entrañable intentar imaginarme a Cristian tan pequeño y también sonreía mientras hablábamos.

Como muchas otras historias que no tienen nombre, la de Cristian siguió así. Esos problemas en la lectura se fueron transformando en problemas de comprensión lectora. De ahí pasaron a dificultades de aprendizaje y esto desembocó en una angustia ante los exámenes que aún arrastramos pero a la que nos hemos enfrentado como él hace las cosas, con la valentía de un héroe.

Cristian se levanta a las 8 para ir al trabajo. Allí es un empleado ejemplar, siempre sonríe, ayuda, está agradecido porque lo considera una suerte en estos tiempos malos. Ha convivido con las dificultades laborales y, por esto, cada día demuestra que se lo merece. Cristian es un regalo.

Sale a las dos y, a veces, hemos quedado a las dos y media para ver algún ejercicio, para planificar el estudio o para vernos y alentarnos. Fuimos a hacer la matrícula de la escuela de adultos el último día y solo quedaban las plazas de semipresencial, aunque él hubiera preferido ir al nocturno. Vuelve a trabajar a las cuatro y media, pero sale a las ocho y le hubiera dado tiempo.

Le he ayudado a preparar las partes del temario por días. Le dejaba notas en las hojas como: «Parece mucho pero hoy es día de fiesta, ¡aprieta!», «Esto solo lo tienes que leer», «¡Venga campeón! Esta es la parte más difícil pero si necesitas ayuda escríbeme». Y así es como, en tres meses, se ha ventilado primero de la ESO. De ocho a diez se ponía en casa, a leer, a esquematizar y a subrayar. Los sábados por la mañana nos veíamos para recopilar, practicar y hablar.

Un problema sin culpables.

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El 53,5% de las personas jóvenes de 15 años cuyas familias tienes condiciones económicas en desventaja han repetido curso al menos una vez en su vida frente al 8,7% de los que viven en familias con rentas medias.

Podemos llamarles «ninis», podemos echar la culpa a las familias, a los centros, a los profesores y las profesoras pacientes que luchan contra el absentismo. Culpar a la raza, a los estilos de vida, a las leyes educativas. Podemos decir que todo esto es debido a las ayudas sociales, a las rentas básicas, a la delincuencia, a los sitios en los que crecen. No nos faltarán opciones para encontrar un chivo expiatorio digno de ser culpable.

La posibilidad de elegir cualquier opción, menos responsabilizarnos del problema. Porque este es un problema social, político y económico pero que solo se ilustra cuando se muestra de manera individual.

Cristian es el nombre que demuestra que para poder coger el ascensor social «tienen que pedalear el doble» como decía Alejandro Píriz en nuestro encuentro de empresas. Para subir tienen que ser héroes.

El abandono de los estudios no es un síntoma de desinterés de las personas adolescentes. No quieren ser provocadores o provocadoras, no es un acto de rebeldía, es una manera de eliminar la angustia a la que les somete un sistema en el no encajan porque no les tiene en cuenta.

 

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